En el siglo XIX China abrió tímidamente su comercio a Inglaterra y los Occidentales conocieron la variedad china de gallinas. De 1850 a 1900 se produjo en América una verdadera “fiebre de la gallina” (hen fever), en la que se empezaron a cruzar unas razas con otras, que eran muy distintas, y se especuló fuertemente con ellas. Se organizaban espectáculos de gallinas, en los que se exhibian las nuevas variedades. Finalmente, el interés por las gallinas fue decayendo y hoy en día la variedad se ha perdido: prácticamente solo se conservan las variedades que mejor carne y huevos proporcionan.
Producción masiva
En el siglo XX la producción de carne de pollo y huevos se ha industrializado totalmente. Hoy en día hay muchos ranchos con más de un millón de gallinas ponedoras, pues un solo cuidador puede controlar una población de cien mil gallinas.
Hoy en día, la gallina típica nace en una incubadora, se alimenta de comida procesada que proviene de un laboratorio y pone unos 280 huevos al año. Se ha convertido en un componente de la industria que transforma comida en huevos. Este cambio tiene sus ventajas y sus inconvenientes:
Los inconvenientes son que el sabor de los huevos es peor. La dieta de las gallinas es mucho más pobre, y los casos de infección de salmonela han aumentado, a causa del hacinamiento, y también porque a las gallinas se les da de comer carne de gallina, lo que incrementa el riesgo de infección.
Las ventajas, por otra parte, son que los huevos son más uniformes y están frescos más tiempo, y los avances en la refrigeración hacen que se deterioren mucho menos. Además, los precios han bajado. Se puede producir un kilo de carne de pollo a partir de dos kilos de pienso, y un kilo de huevos con menos de tres kilos de pienso.